La
Compostelana o Compostela es el documento que acredita haber hecho
el Camino. Los peregrinos, después de realizar sus ofrendas,
confesar sus pecados y comulgar, siempre en la capilla del Rey de
Francia o capilla de los franceses situada en la parte posterior
del altar Mayor y muy cerca de él, recibía un documento,
carta o pasaporte, impreso en pergamino con "insignias atadas
del cardenal mayor ". No había mayor gloria. Era el
reconocimiento oficial de que el viaje realizado no había
sido en vano, que se había llegado a la tumba del señor
Santiago y que se le había dado la " preta " o
abrazo al busto del Apóstol.
Su origen se pierde en la noche de los tiempos y sólo podemos
remontarnos con seguridad, según, afirma el estudioso Luis
Vázquez de Parga en el libro "Las peregrinaciones
a Santiago de Compostela", escrito conjuntamente con José
María Lacarra y Juan Uría, en el s. XIV. El documento
acreditativo más antiguo que se conoce fue entregado a
Yves de Breton, tras su segunda peregrinación a Santiago,
y esta fechada el 1 de Mayo de 1.321.
Posteriormente,
junto con la compostelana se entregaba un documento que
certificaba que el peregrino había confesado y recibido
la comunión.
El documento no sólo aportaba al peregrino el orgullo
de demostrar haber realizado el viaje sino que su validez
trascendía al propio sentimiento para convertirse
el " peregrino forzoso ", aquél que por
su crimen había sido condenado a realizar la peregrinación
o que había caminado en delegación de todo
un pueblo. Eran numerosos los hombres y mujeres que realizaron
su "Camino" no por un afán religioso sino
porque los tribunales de sus respectivas localidades o reinos
los habían condenado a realizar el peregrinaje hasta
Compostela como pena que les redimiese de sus crímenes.
De la importancia de Santiago en la Historia de Occidente
da muestra no sólo las infinitas aportaciones artísticas,
sociales o políticas que, aun hoy, están presentes
en España, sino incluso su capacidad para superar
las barreras y las leyes de los diferentes Estados.
No
había ningún rey o príncipe de la cristiandad
que no admitiese como único documento acreditativo
la Compostelana, por encima de sus propias leyes.
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Hoy,
cuando paradójicamente todo se ha simplificado y las fronteras
parecen no existir, cuando las banderas pierden su significado
individual para aglutinarse en otras más grandes, más
globales, la Compostelana ha perdido todo su sentido jurídico.
Se ha convertido en un mero documento que se entrega al peregrino
que haya acreditado su paso por las diferentes etapas y que el
caminante enmarcará para colgarlo sobre la mesa de la oficina
de trabajo, y sus amigos y conocidos, compañeros o visitantes
podrán sonreírse, pero en el fondo tendrán
un sentimiento de sana envidia. Este, quien sea, lo ha hecho ha
culminado el gran viaje a Compostela, cerca de donde la Tierra
pierde su nombre.
Dicho
Documento se entrega a todos los peregrinos que justifiquen con
su credencial debidamente sellada, haber hecho el camino en su
totalidad. Tras realizar el camino has de dirigirte a la parte
posterior de la Catedral donde se ubica una oficina que tras revisar
tu credencial, rellenará con tu nombre en Latin la preciada
compostelana.
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